COMO UNIDAD DE TIEMPO

La clave es cambiar los términos de las métricas utilizadas. En pleno siglo XXI, utilizar métricas de tiempo en una oficina como quien habla de un trabajador de una cadena de montaje es algo que, simplemente, no se sostiene. La productividad en una oficina no se mide en hojas escritas o formularios rellenados por minuto. El trabajador medio en una oficina recibe su sueldo por llevar a cabo una serie de tareas en las que emplea su intelecto, su cerebro, un cerebro que, cada día más, puede emplear como le venga en gana siempre que su rendimiento en el trabajo sea adecuado. Hay personas cuyo rendimiento se incrementa por el hecho de realizar pequeñas pausas, otras que prefieren períodos largos de concentración, y otras, cada día más, que prefieren desarrollar parte del trabajo en otro sitio, como por ejemplo en su casa. Que prefieren una mayor flexibilidad de horario a cambio de un nivel de productividad mayor. Por supuesto, para la empresa que piensa en términos de “cadena de montaje”, ese tipo de razonamientos suenan a “extravagancia”: son empresas que pagan por tener el culo de un empleado sentado en una silla durante un número determinado de horas al día: solo les falta ponerle un sensor en la silla para así medir el tiempo que utilizan en ir al baño, en fumar un cigarrillo o en tomar café. Ese tipo de actitudes, en los tiempos que vivimos, son simplemente arcaicas, absurdas e impresentables. Cada día más, las empresas optan por la única métrica razonable: comprobar la productividad de un trabajador, no el tiempo que pasa sentado en su silla. Si quiere leer el periódico, que lo lea. Si quiere actualizar su Facebook y su Twitter, también. Todo vale siempre que su trabajo esté bien hecho en un tiempo razonable. Comprar cabeza, uso de cerebro, en lugar de  medir el tiempo que su culo se pasa sentado sobre una silla.

Por supuesto, y lo hemos comentado en infinidad de ocasiones, esto no quita que las empresas no confundan permitir el uso con tolerar el abuso. Como pasó con muchas otras tecnologías, como el teléfono: cuando el teléfono era un recurso caro, las empresas controlaban las llamadas para usos personales. Hoy, a nadie se le ocurriría afearle a un empleado que use el teléfono de la oficina para llamar a su familia, pero sí se le llamaría la atención si apareciesen conferencias con el extranjero de una hora de duración. Una cosa es el uso, y otra el abuso. La lógica es la lógica. En el caso de las redes sociales, el problema de controlar el tiempo de uso es que, en general, hablamos de un uso no exclusivo: en muchos casos, el trabajador mantiene abierta una pestaña con Twitter o Facebook, y simplemente se pasa por ella cada cierto tiempo, una forma de mantenerse en contacto con su realidad social que resulta perfectamente compatible con un trabajo productivo y bien realizado.

© 2009 Todos los derechos reservados.

Crea una página web gratisWebnode